He llegit una notícia molt divertida a l’ABC que m’ha donat una idea: retocar-la una miqueta per augmentar el seu… dramatisme? Ja que molts periodistes de l’ABC s’inventen informacions, crec que jo també puc fer-ho. Al final es tracta d’un joc: saber què és veritat i què és pura invenció.
Un beso, una firma, una foto, unos segundos respirando el mismo aire, una sonrisa o, en el peor de los casos, sentir el peso de un coche de lujo pasando por encima de su cuerpo. Con cualquiera de esas acciones se conforman los fanáticos de los jugadores del Real Madrid que cada mañana se apostan en la primera rotonda que da acceso a la Ciudad Deportiva de Valdebebas.
Ayer, en este punto de culto merengue se hizo notar que era el último día de Semana Santa para algunas Comunidades Autónomas y, sobre todo, los estudiantes. En la rotonda kamikaze se encontraba medio centenar de madridistas y algunas personas –normalmente hay menos-, en su mayoría del sexo femenino (mujeres, vamos), dispuestas a hacer parar a los deportistas que empapelan sus habitaciones sí o sí.
Gritos, gestos de rezo, súplicas e incluso ponerse de pie o de rodillas frente al coche para frenarles son las armas de rendición habituales para sacar rédito a una mañana de larga espera. Las medidas extremistas son «made in Spain» y propias de púberes femeninas (es decir, que si eres mujer y española, estás como una regadera). Eso sí, padres de familia y turistas recatados aprovechan el parón de las osadas para sacar partido.
Algunos grupos de chicas llevaban ayer desde las diez de la mañana aguardando a que los ex-galácticos (ahora simplemente satélites en la galaxia azulgrana) accedieran al pabellón para su entrenamiento.
«No suelen parar al principio, sino cuando salen. Nos decían con la mano que luego paraban», narraba Paula, de 15 años, mientras esperaba ansiosa la llegada del portugués Cristiano Ronaldo. «Hoy ha venido con el Ferrari rojo. Cada día trae uno. ¡A ver si sale ya y para, por favor!», expresaba nerviosa antes de tener que buscar su dentadura tras rebotar en el capó del Ferrari.
A las 13.15 comenzaron a salir los primeros jugadores. Íker Casillas no decepcionó a sus seguidores en el asfalto como tampoco lo hace en el campo. Elena, de 16 años, no olvidará jamás el momento en que el hijo de Móstoles le dedicó apenas un par de minutos. ¡Y qué minutos! Casillas le regaló uno de sus guantes firmado, se hizo una foto con ella y le escribió una dedicatoria en el libro que la joven se había llevado. Ponía: a Sara con amor. Me llamo Elena, – dijo ella -. Pero me da igual.
Sobran adjetivos para definir cómo se sentía esta adolescente de Las Rozas que ayer cumplió uno de sus sueños. «Le he dicho que es el mejor, que siga así. Voy a enmarcar el guante. A ver si me caso con su hermano. Me encantaría ser periodista deportiva», decía Elena atropelladamente, nunca mejor dicho, porque después el coche de Pepe le pasó por encima.
De repente se escuchaba a lo lejos una voz femenina: «¡Sale un coche. Sale un coche!». Todas las miradas se dirigían al horizonte. Algunos incluso se movían para preparar la avalancha. Otra voz de mujer respondía: «No es nadie importante, sólo es Karanka».
La pasión les lleva hasta el punto de que se conozcan todos los vehículos de sus campeones. «¡AHORA!», gritaron. A lo lejos se veía venir un Ferrari blanco. «¡Es Sergio. Ay, Dios. Ay, Dios!», exclamaba Alba entre sollozos.
Un ejército de pequeñas mujeres se expandía por la carretera. Era imposible que el sevillano escapara como sí lo hizo Ronaldo revolucionando el coche y huyendo a toda velocidad, para decepción de Paula y otros tantos. Con un gesto que le honra, Ramos bajó la ventanilla y atendió a sus chicos. «Llevo prisas, tengo que ir a una reunión de intelectuales», alertó de buenas maneras. El jugador atendió a los que pudo, entre ellos Alba, y se marchó realizando una nueva parada ante una señal de tráfico que no acabó de entender.
Tras su partida, casi sin poder salir de su asombro, Alba se echó a los brazos de su madre y comenzó a llorar de la emoción.
«¡Llevo sus tatuajes en en el prepucio y no me ha hecho caso!», decía indignado Morellet, un valenciano de 26 años que se había desplazado hasta el lugar con su novia y dos amigos tatuadores para ver a su deportista preferido.
Tres de la tarde. Finalizaba la función. Todos los jugadores ya habían salido. Los blancos fieles regresaban a casa rumbo al metro. De camino, con una sonrisa impertérrita, exhibían sus triunfos en carpetas, pelotas, camisetas, e incluso en sus miembros amputados por los Ferraris.
mooooolt bo, com sempre. Però val a dir que aquest fenòmen també seria aplicable a Barcelona amb els jugadors del Barça, i no és un fenòmen d’ ara, fa 20 anys ja passava. Es la clàssica etapa d’ adolescent supramotivada, totes hem passat per aquí. Ara bé, com a crítica del sensacionalisme barat de l’ ABC és un article boníssim
Què en penso em pregunteu ???. Doncs fàstic, pena, llàstima i impotència de veure quina mena de societat tenim. No importa si són de madrit o de can barça.